Desde la antigüedad hasta el siglo XVII, se creía que el movimiento de la sangre no era circular, sino de ida y vuelta dentro del sistema venoso y se creía que habían dos tipos de sangres: una producida por el hígado y otra por el corazón y que ambas eran consumidas por el cuerpo. Estas creencias desfasadas desaparecen durante el periodo Barroco, cuando se dieron grandes cambios en la medicina gracias a un inglés llamado William Harvey, médico reconocido por sus estudios sobre el sistema circulatorio y considerado el padre de la cardiología. Harvey presentó su teoría sobre la circulación sanguínea en su libro “De motu cordis” donde exponía las propiedades de la sangre y la distribución de ésta por todo el cuerpo.
El médico inglés también demostró que durante la contracción cardiaca (sístole), la sangre sale de los ventrículos y durante la distensión (diástole), la sangre retorna a las aurículas. Así rechaza la teoría que afirmaba que los vasos sanguíneos contenían aire, también aceptada anteriormente. Asimismo, expone que la circulación de la sangre se realiza desde el ventrículo derecho hasta la aurícula izquierda pasando por los pulmones y de la aurícula derecha al ventrículo izquierdo. Aun así, Harvey no encontró muchos apoyos en sus contemporáneos, más que nada hubo muchas discrepancias, pero René Descartes fue de los únicos que aceptó la teoría del movimiento circular de la sangre.
Esta teoría contenía características propias del mecanicismo, pues entendía el cuerpo humano como una máquina, y por tanto daba soporte al mecanicismo defendido por Descartes. A parte de la visión del cuerpo como máquina, el filósofo francés afirmaba que las arterias y las venas eran tubos que transportaban nutrientes alrededor del cuerpo, la cual cosa coincide con la teoría de Harvey.
El filósofo inglés en su obra también sostuvo que la sístole o movimiento de contracción se debe al propio corazón, el cual es un músculo activo, pero Descartes no aceptó la idea de la contracción autónoma del corazón pues, como anteriormente se creía, aceptó que la máquina humana funcionaba por el calor generado desde el corazón. Este órgano, calentaba la sangre hasta que ésta se hacía gaseosa, seguidamente la sangre pasaba por los pulmones, donde se volvía a condensar y se enfriaba, de aquí, tal y como afirmó Harvey, la sangre pasaba a la aurícula derecha y seguía su recorrido por todo el cuerpo. Además, en opinión del francés, los ventrículos se expanden, no se contraen (como Harvey postuló), puesto que éstos se activan con la llegada de pequeñas cantidades de sangre que se evaporaban de manera muy rápida debido al calor desprendido por el corazón.
Comparando ambas teorías, básicamente encontramos la diferencia en el papel del corazón y el funcionamiento de éste, Descartes lo concibió como una máquina cardiovascular que cumplía el recorrido que Harvey había expuesto, pero que tenía un funcionamiento totalmente diferente al que el filósofo inglés postuló. Con todo esto y con lo que sabemos actualmente, cabe la crítica a Descartes pues aunque ambas teorías han sido de grandísima ayuda en el campo de la medicina, la fisiología y la cardiología, el filósofo francés fue más desencaminado al definir que el movimiento del corazón se basaba en el calor innato que éste desprendía y no como el inglés dijo, en el movimiento del corazón como músculo activo.
Aun así, gracias a estos grandes investigadores, a partir de este momento cambiará por completo la visón del cuerpo humano y al conocer mejor la estructura y fisionomía de nuestro organismo, dejaremos de utilizar a Dios para explicar las enfermedades o dolencias propias de la especie humana.
El resultado fue lo que se denomina la paradoja Harvey-Descartes: un aristotélico creó el primer modelo mecánico para un proceso fisiológico; modelo que adquirió rasgos galénicos cuando fue asumido por el fundador del mecanicismo moderno.
Aquí tenéis un vídeo muy interesante sobre el médico William Harvey, sus investigaciones y la repercusión de éstas en su época, esperemos os guste:
Iona Rodrigo i Pons, Lorena Tolsà Coronado i Javier Almarche Perelló